RAFAEL J. ÁLVAREZ
18 DIC. 2017 03:05
Su asesinato 13 días
después de narrar en televisión su calvario cambió la percepción social,
mediática y política de la violencia de género.
Hoy, los
avances legislativos y ciudadanos conviven con lagunas judiciales y
resistencias del machismo.
Ana
Orantes salió en televisión cuando la violencia de
género era un asunto conyugal, una oscuridad de alcoba que, si acaso, valía
para los programas de testimonios con público, carne de sobremesa con
aplauso.
Era 4 de
diciembre de 1997.
El relato valiente de sus 40 años de palizas, los empujones contra la pared, los
puñetazos en la cabeza, las pérdidas de consciencia por los golpes, los
insultos, los abusos a sus hijas y las 15 denuncias contra su secuestrador
legal alimentaron un rato de audiencia que pasó casi desapercibido para la
política, los medios, las instituciones y la sociedad. Para todos excepto para
un tipo: José Parejo.
El ex
marido de Ana, que vivía en la planta baja de la misma casa que ella por culpa
de una sentencia de divorcio menos insólita de lo que parece, tomó nota y
decidió terminar su trabajo de 40 años de dictadura. Trece días después de la
aparición de Ana Orantes
en Canal Sur, Parejo la
agredió brutalmente, la ató a una silla y le prendió fuego.
Era 17 de
diciembre de 1997.
Y entonces
sí. Entonces algo pasó. Entonces Ana tuvo que morir para que sus palabras
cambiaran las cosas. Entonces Ana Orantes dejó de ser un suceso para empezar a
ser una asesinada de género.
Porque el
18 de diciembre, hace hoy 20 años, su crimen fue noticia de apertura de algunas
televisiones y portada de varios medios que no sólo informaron de su caso sino
que lo contextualizaron, lo sumaron a otros con la misma raíz y le dieron a Ana
una categoría de pertenencia a algo: víctimas del machismo.
Pero
los 20 años que hoy se cumplen desde aquellas portadas son, en realidad, un
tiempo de avances con frenazos,
de leyes más o menos aplicadas, de concienciación de género frente al
negacionismo militante, de un Ministerio de Igualdad que duró sólo una
legislatura, de asignaturas por dar y jueces por formar, y de más mujeres
protegidas pero casi las mismas muertas.
Y son, en
este vaivén de paradojas, dos décadas con más mujeres protegidas pero
con 1.000 asesinadas más.
El ejemplo
de Ana Orantes, mutado en martirio por lo que ha significado, fue calando escalones
sociales y políticos arriba. Meses después del asesinato, el Defensor del
Pueblo denunciaba la «carencia de interés social y jurídico que históricamente»
ha tenido la «violencia doméstica sobre la mujer». Y la ONU instauraba el 25 de
noviembre como Día de la
Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
En
1999, el Código Penal estableció la orden de protección a la víctima, que
implicaba el alejamiento del agresor, y consideró el maltrato psicológico como
violencia.
Pero la
formación en igualdad, la atención a las víctimas y la concienciación social
seguían estando fundamentalmente en manos de las asociaciones feministas, las
únicas en España que dotaban al fenómeno de una condición estructural e incluso
contabilizaban las mujeres asesinadas.
En 2002, el Gobierno y el CGPJ crearon el Observatorio contra la Violencia Doméstica
(después ampliado a de Género),
que estudia y categoriza las sentencias sobre malos tratos.
Pero la
gran zancada política en España contra el terrorismo machista se produjo en
2004. Tras muchos años de lucha de los colectivos de mujeres, el Gobierno de
Zapatero parió y el Congreso de los Diputados aprobó por unanimidad la Ley Integral contra la Violencia de Género, un puñado de directrices educativas,
sanitarias, formativas, sociales, policiales y penales para el abrigo de las
víctimas y el castigo de los agresores.
Hoy, 13
años después, muchos culpables están vigilados o encarcelados, muchas inocentes
están protegidas y muchos jueces, médicos o policías están formados. Pero
también muchos de sus artículos siguen sin implementarse, muchos agresores
viven impunes y muchas mujeres no hallan las condiciones para denunciar.
En 2007 el
Gobierno aprobó la Ley de Igualdad con la abstención del PP y se creó el teléfono contra el maltrato: 016. «A veces oigo salir
volando el teléfono»,
dijo una operadora a ELMUNDO para ilustrar lo que este servicio escucha al otro
lado. Sólo en 2016, el teléfono (que es gratuito y no deja huella en la
factura) recibió 85.000 llamadas fiables.
En 2015, el
Gobierno de Mariano Rajoy aprobó la Ley de Infancia, gracias a la cual ya se considera a los
hijos e hijas como víctimas de violencia machista.
Y en este
2017 el Congreso ha aprobado el pacto de Estado contra la violencia de género. Sin
embargo, el presente sigue clamando al cielo.
Un
tercio de las órdenes de protección (un 50% en algunas provincias) no se
concede. En 2014 las
asesinadas que habían denunciado habían sido catalogadas policialmente con
«riesgo bajo o nulo». Las mujeres heridas (43 al día) siguen sin ser
contabilizadas oficialmente. El año pasado el 40% de los asesinos de género
había sido denunciado. La última encuesta de la FAD dice que uno de cada cuatro jóvenes ve
«normal» la violencia de género en pareja. Y, hoy, 20 años después, algunos
medios siguen llamando al asesinato de género «crimen pasional» o «reyerta
familiar».
Quizá por
estos 20 años contradictorios, Raquel, la hija de Ana Orantes, ha escrito a
su madre una carta de justicia y dolor (la pondremos completa en otra entrada del blog):
La muerte
de Ana Orantes se convirtió en la foto de portada de EL MUNDO el 18 de
diciembre de 1997, hace hoy 20 años. Fue el único diario de ámbito nacional que
concedió semejante tratamiento al asesinato de la mujer que días antes había
acudido al programa De tarde en tarde (Canal Sur) para ofrecer su
testimonio. «Vinieron
no guantadas, sino palizas. Toda su cosa era cogerme de los pelos, de darme
contra la pared. Me ponía la cara así. Yo no podía respirar, yo no podía hablar
porque yo no sabía hablar, porque yo era una analfabeta, porque yo era un
bulto, porque yo no valía un duro. Así han sido 40 años», describía así el martirio físico y
psicológico sufrido. Dos días después del crimen, la presentadora de aquel
programa, Irma Soriano, admitía: «La sociedad ha fallado [...] A Ana le hemos
fallado».
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